En muchas regiones rurales, los efectos del cambio climático son una realidad cotidiana. Los productores agrícolas y pecuarios enfrentan ciclos más impredecibles, épocas secas prolongadas, lluvias erráticas y eventos extremos que alteran su producción, amenazan sus medios de vida y comprometen la seguridad alimentaria de sus comunidades. Sin embargo, una paradoja recorre el campo: el productor muchas veces sabe que se avecina una época seca, pero no se prepara. El conocimiento existe, la experiencia también, pero la reacción no ocurre. Frente a este fenómeno, se vuelve urgente una reflexión profunda sobre el papel de la educación como motor de resiliencia, entendida no como un simple proceso de transmisión de conocimientos, sino como un cambio de actitud.
Saber no basta: el problema no es la falta de información, sino de acción
En muchas fincas, especialmente en contextos rurales tradicionales, el productor ha desarrollado una sabiduría empírica invaluable: observa los ciclos de la naturaleza, reconoce señales de sequía, y puede anticipar con notable precisión ciertos eventos climáticos. Aun así, no siempre actúa en consecuencia. Es común escuchar:
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“Ya se ve que viene una seca fuerte, pero hay que ver qué pasa”,
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“Dios proveerá”,
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o incluso, “siempre ha sido así”.
En estos casos, la resiliencia no falla por ignorancia técnica, sino por ausencia de decisión, por una inercia que impide transformar el conocimiento en acción. Esta actitud puede tener consecuencias graves: pérdida de cultivos, muerte de animales, agotamiento de fuentes de agua, o incluso la descapitalización total de la finca.
La resiliencia comienza en la mente del productor
La resiliencia no es solo técnica: es cultural y mental. Antes que construir reservorios, diversificar cultivos o aplicar seguros agrícolas, es necesario cambiar la manera de pensar y de actuar frente al riesgo. Y ese cambio profundo no se logra con un simple taller o con la entrega de un folleto. Se necesita un proceso educativo integral que:
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Desarrolle conciencia de vulnerabilidad, sin fatalismo, pero con realismo.
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Fomente el sentido de responsabilidad ante el futuro, más allá de la costumbre o la dependencia de ayudas externas.
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Fortalezca la confianza en la acción preventiva, no solo en la reacción posterior a la pérdida.
Educación para el cambio de actitud: más allá de los cursos
Hablar de educación rural para la resiliencia implica superar la visión tradicional de la capacitación técnica, centrada en charlas, cursos o recomendaciones puntuales. No basta con enseñar a construir un pozo o a sembrar una nueva variedad si el productor no cree que deba hacerlo o no entiende por qué hacerlo ahora y no después.
Una educación efectiva debe:
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Trabajar sobre las creencias y valores que sostienen la inacción. Por ejemplo, la idea de que “siempre fue así y siempre salimos adelante”, o que “no vale la pena invertir si uno no sabe qué va a pasar”.
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Usar metodologías participativas, donde el productor se reconozca como protagonista, compare su experiencia con la de otros, y vea las consecuencias de sus decisiones (o su falta).
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Incluir procesos de reflexión y diálogo, donde se cuestionen los hábitos productivos, las formas de evaluar el riesgo, y las oportunidades de actuar antes que lamentar.
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Generar ejemplos locales de cambio, mostrando casos reales donde la acción preventiva salvó animales, redujo pérdidas o permitió mantener la producción durante una crisis.
El cambio de actitud como base de la resiliencia
Resiliencia es anticiparse, adaptarse, aprender. Pero nada de eso ocurre si el productor no cree que deba cambiar o si no siente que el cambio está en sus manos. La educación debe empoderar, motivar y remover inercias. En muchos casos, hay que “desaprender” la costumbre de esperar que el Estado o las ONG reaccionen después del desastre, y reemplazarla por una cultura de preparación, análisis y acción temprana.
Esto no se logra en una charla de dos horas. Requiere procesos educativos continuos, presenciales y vivenciales, con acompañamiento técnico, diálogo horizontal y, sobre todo, respeto por la experiencia del productor, sin romantizarla ni idealizarla.
Educación como transformación, no como instrucción
El futuro de la agricultura frente al cambio climático dependerá menos de nuevas tecnologías que de la capacidad de los productores para cambiar su manera de pensar, decidir y actuar. La resiliencia no brota de una receta, sino de una convicción. Y esa convicción se construye con educación, entendida como proceso transformador de actitudes, no como una lista de instrucciones.
Por eso, educar para la resiliencia es educar para la acción consciente, oportuna y estratégica. Es formar productores que, ante la certeza de una sequía, no digan “ya veremos”, sino “ya estoy preparado”. Cambiar esa frase, esa mentalidad, es el primer paso para salvar la finca, proteger los activos y garantizar un futuro productivo digno y sostenible.
Por: Ing. Agr. Ricardo Castillo López
MSc. Dr.
universidadagricola.com