La agricultura vegetal —que incluye cultivos extensivos, intensivos y de alto valor— enfrenta un entorno crecientemente incierto, marcado por la variabilidad climática, la volatilidad de los precios, la aparición de plagas y enfermedades, y cambios regulatorios que afectan su estabilidad productiva y financiera. En este contexto, el análisis de riesgo emerge como una herramienta fundamental para una gerencia agrícola eficaz, permitiendo anticipar amenazas, minimizar pérdidas y tomar decisiones informadas que conduzcan a un uso más eficiente de los recursos.
La gerencia agrícola, entendida como el proceso que guía y organiza las actividades productivas para alcanzar objetivos técnicos, económicos y ambientales, se estructura clásicamente en cuatro etapas: planificación, organización, ejecución y control. Integrar el análisis y la gestión de riesgos en cada una de estas etapas no solo mejora la resiliencia del sistema agrícola, sino que fortalece la competitividad y sostenibilidad del emprendimiento rural.
1. Planificación: prever en un entorno incierto
La planificación es el punto de partida de toda actividad agrícola. Aquí se definen los objetivos productivos, se seleccionan los cultivos, se establecen calendarios de siembra y cosecha, y se estiman los recursos necesarios. Sin embargo, todo plan está expuesto a factores externos que pueden modificar sus resultados. Por ello, el análisis de riesgo es esencial en esta fase, ya que permite:
-
Identificar posibles amenazas (climáticas, sanitarias, financieras, operativas).
-
Evaluar la probabilidad de ocurrencia y el impacto de eventos adversos (por ejemplo, sequías, heladas, lluvias excesivas, precios bajos).
-
Diseñar planes de contingencia y escenarios alternativos, como seleccionar cultivos más resistentes o diversificar la producción.
-
Estimar márgenes de seguridad en el presupuesto y considerar seguros agrícolas o contratos de cobertura.
Planificar sin evaluar los riesgos implica asumir ciegamente que las condiciones serán ideales, lo cual es una debilidad estructural en el contexto agrícola actual.
2. Organización: estructurar recursos con criterios de resiliencia
En la etapa de organización se distribuyen los recursos físicos (tierra, agua, insumos), humanos (trabajo calificado y no calificado) y financieros, y se definen los roles y responsabilidades dentro de la unidad de producción. Incorporar la lógica de gestión de riesgos en esta etapa es vital para:
-
Asegurar que se cuente con capacidad técnica y logística para enfrentar imprevistos.
-
Priorizar inversiones en infraestructura crítica (como sistemas de riego, invernaderos, silos, drenajes) que reduzcan la vulnerabilidad.
-
Establecer protocolos de bioseguridad y vigilancia fitosanitaria.
-
Desarrollar redes de proveedores y mercados alternativos que permitan actuar con flexibilidad frente a cambios abruptos.
Organizar los recursos sin tomar en cuenta el riesgo puede resultar en rigidez operativa y alta dependencia de condiciones externas poco controlables.
3. Ejecución: actuar con capacidad de respuesta
Durante la ejecución se lleva a cabo el ciclo productivo propiamente dicho: siembra, manejo del cultivo, protección vegetal, cosecha y postcosecha. Esta fase es crítica, ya que es cuando los riesgos se manifiestan en forma de eventos concretos. Una gerencia agrícola eficaz incorpora la gestión de riesgos durante la ejecución mediante:
-
Monitoreo climático y del estado fitosanitario de los cultivos en tiempo real.
-
Aplicación oportuna de medidas preventivas, como riego anticipado en sequías o coberturas frente a granizo.
-
Flexibilidad para modificar el manejo técnico (fertilización, control de plagas) según las condiciones observadas.
-
Coordinación rápida de respuestas frente a emergencias, gracias a protocolos definidos previamente.
Una ejecución eficiente no solo sigue el plan, sino que sabe adaptarlo con base en información oportuna y mecanismos de respuesta.
4. Control: evaluar para mejorar y reducir incertidumbres futuras
El control cierra el ciclo gerencial y consiste en comparar los resultados obtenidos con los objetivos planteados, evaluar las desviaciones y extraer aprendizajes para futuros ciclos. En términos de gestión de riesgos, esta fase permite:
-
Analizar qué riesgos efectivamente ocurrieron y cómo fueron manejados.
-
Evaluar la eficacia de las medidas de mitigación o respuesta adoptadas.
-
Calcular pérdidas evitadas gracias a las estrategias de gestión de riesgo implementadas.
-
Actualizar las matrices de riesgo y mejorar los escenarios de planificación futura.
El control retroalimenta todo el proceso gerencial y consolida una cultura de toma de decisiones basada en la experiencia y la evidencia, esencial para la mejora continua y la anticipación de nuevos desafíos.
Por: Ing. Agr. Ricardo Castillo López
MSc. Dr.
universidadagricola.com