En el contexto actual de acelerado cambio climático, el sector agrícola enfrenta desafíos sin precedentes. Sequías más intensas, inundaciones frecuentes, plagas emergentes y una creciente volatilidad en los mercados agrícolas están comprometiendo la seguridad alimentaria, la estabilidad de los ingresos rurales y la permanencia de las comunidades campesinas en sus territorios.
Ante esta situación, la asignación de recursos físicos y financieros, aunque necesaria, es profundamente insuficiente. Lo que hoy exige el sector agrícola es una transformación estructural basada en procesos de educación y reingeniería organizacional y productiva que le permitan mitigar, adaptarse y recuperarse de los efectos del clima cambiante.
La falsa solución del recurso aislado
Durante años, las políticas agrícolas han centrado buena parte de sus esfuerzos en la entrega de insumos, equipos, maquinaria, semillas o líneas de crédito. Esta estrategia responde a una lógica comprensible: los productores necesitan herramientas para producir y apoyo para sostenerse ante las pérdidas. Sin embargo, la evidencia muestra que la inversión en recursos materiales, si no está acompañada de un cambio en la forma de pensar, organizar y gestionar la producción, termina siendo ineficaz o incluso contraproducente.
Se han dado casos en los que, tras una sequía severa, se entregaron tractores o sistemas de riego a comunidades que no estaban capacitadas para su uso, ni contaban con un modelo de gestión que garantizara su mantenimiento. O se financiaron proyectos agrícolas en zonas vulnerables sin una evaluación previa de riesgos, generando dependencia de subsidios o el colapso de los sistemas cuando fallaban las condiciones esperadas.
El problema no es la falta de recursos, sino la falta de transformación.
Educación: el cimiento de la resiliencia
La educación agrícola no debe reducirse a la simple capacitación técnica o a la distribución de manuales. En un contexto de alta incertidumbre climática, educar es construir capacidades estratégicas. Se trata de formar productores capaces de:
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Analizar escenarios climáticos y tomar decisiones informadas.
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Replantear sus esquemas productivos y diversificar riesgos.
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Adaptar tecnologías a su realidad social, ambiental y económica.
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Recuperarse luego de una pérdida, con criterio y planificación.
Esta educación debe ser participativa, contextualizada y continua. Más que entregar recetas, debe promover procesos de reflexión crítica, intercambio de saberes y apropiación de nuevas herramientas. Debe, en suma, acompañar al productor en su tránsito desde la vulnerabilidad hacia la resiliencia.
Reingeniería: pensar distinto, producir distinto
La reingeniería en el sector agrícola implica repensar profundamente los modelos productivos, organizativos y comerciales que hoy rigen la actividad agropecuaria. La mayoría de los sistemas actuales fueron diseñados bajo un clima predecible, mercados estables y lógica extensiva. Hoy, esos supuestos ya no se sostienen.
Una verdadera reingeniería agrícola debe promover:
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Nuevos esquemas de planificación predial y comunitaria, con enfoque de riesgo.
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Sistemas agroecológicos, circulares o regenerativos, menos dependientes de insumos externos.
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Modelos asociativos que compartan información, infraestructura y acceso al mercado.
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Tecnologías climáticamente inteligentes, adaptadas a los territorios y gestionadas con visión a largo plazo.
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Instrumentos de monitoreo y evaluación, que permitan corregir y aprender en tiempo real.
Pero para que esa reingeniería funcione, debe estar anclada en una nueva mentalidad gerencial del productor, que entienda su finca como una empresa compleja, viva, dinámica, y no como una repetición de prácticas heredadas.
Mitigar, adaptarse y recuperarse: los tres pilares de la acción climática agrícola
Sin procesos profundos de educación y reingeniería, el sector agrícola será incapaz de:
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Mitigar su impacto ambiental, reduciendo emisiones, conservando suelos y gestionando el agua de manera sostenible.
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Adaptarse a nuevas condiciones climáticas, ajustando calendarios, prácticas y estructuras de producción.
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Recuperarse tras eventos extremos, sin que cada fenómeno climático represente un retroceso de años o una causa de abandono rural.
Los recursos físicos y financieros deben ser catalizadores de esta transformación, no sustitutos del cambio estructural. Cuando se invierte en educación y reingeniería, los recursos disponibles se vuelven útiles, eficientes y sostenibles. Cuando se ignoran estos procesos, los recursos se diluyen, se desperdician o generan dependencia.
Sin transformación, no hay resiliencia
El desafío que plantea el cambio climático al sector agrícola no se resolverá solo con subsidios, fertilizantes o equipos. Se requiere un salto cualitativo en la forma en que se educa al productor, se organizan los sistemas productivos y se gestionan los recursos.
Mitigar, adaptarse y recuperarse no es una cuestión de suerte ni de ayuda externa: es una cuestión de preparación, visión y cambio profundo.
Por eso, más allá de la inversión material, el futuro de la agricultura climáticamente resiliente se juega en el terreno de la educación transformadora y la reingeniería sistémica. Solo así se podrá construir un modelo productivo capaz de sostenerse en el tiempo, proteger a quienes lo sostienen y alimentar al mundo sin destruir los recursos de los que depende.
Por: Ing. Agr. Ricardo Castillo López
MSc. Dr.
universidadagricola.com