El cambio climático representa uno de los mayores desafíos que enfrentan las actividades humanas, particularmente en sectores tan expuestos como la agricultura, la ganadería, la pesca, los recursos hídricos y los asentamientos rurales.
La incertidumbre que genera este fenómeno global —manifestada en eventos extremos, variabilidad de las estaciones, cambios en la disponibilidad de recursos naturales y pérdida de biodiversidad— obliga a revisar y fortalecer profundamente las prácticas de planificación.
En este contexto, planificar no es un lujo ni una burocracia: es una necesidad vital para sobrevivir, adaptarse y prosperar.
¿Por qué es fundamental la planificación frente al cambio climático?
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Porque reduce la incertidumbre. Aunque no es posible predecir con exactitud cada evento climático, una buena planificación permite anticipar escenarios probables, organizar recursos y establecer respuestas ante distintos niveles de riesgo. La planificación convierte la incertidumbre en acción estratégica.
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Porque permite usar racionalmente los recursos. En contextos climáticamente inestables, los recursos —agua, energía, financiamiento, tiempo— se vuelven más escasos y costosos. Planificar es sinónimo de decidir dónde, cuándo y cómo usar mejor lo que se tiene, minimizando pérdidas y aumentando la eficiencia.
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Porque fortalece la capacidad de adaptación. Las comunidades, empresas y gobiernos que planifican adecuadamente tienen mayores capacidades de ajuste. La adaptación no ocurre por inercia: se construye a través de decisiones informadas, organizadas y orientadas hacia el futuro.
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Porque mejora la coordinación y la gobernanza. La planificación alinea esfuerzos entre diferentes actores, desde pequeños productores hasta instituciones públicas, facilitando la colaboración y evitando duplicaciones o contradicciones en las acciones frente al cambio climático.
El valor de la priorización: el Teorema de Pareto y su aplicación en la planificación climática
Uno de los mayores desafíos en la planificación frente al cambio climático es decidir en qué concentrarse, especialmente cuando los recursos son limitados. En este punto cobra relevancia el Principio de Pareto, también conocido como la regla del 80/20.
Este principio establece que, en muchos fenómenos, el 80% de los efectos provienen del 20% de las causas. Aplicado al contexto del cambio climático, esto implica que no todas las acciones tienen el mismo impacto, y por tanto, no todos los problemas deben ser tratados con el mismo nivel de atención al mismo tiempo.
¿Qué significa esto para la planificación?
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Que se debe identificar y priorizar aquellos factores críticos que generan la mayor vulnerabilidad (por ejemplo, la falta de agua, la degradación del suelo, o la exposición a inundaciones).
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Que las acciones de mayor impacto deben abordarse primero, aunque no siempre sean las más visibles o las más políticamente atractivas.
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Que se debe evitar dispersar esfuerzos en múltiples frentes sin una estrategia clara, y más bien concentrar los recursos en soluciones que generen efectos multiplicadores.
Por ejemplo, en una comunidad agrícola, puede ser más estratégico invertir en un sistema colectivo de cosecha de agua y formación en manejo de suelos que distribuir fertilizantes indiscriminadamente. Esa decisión solo puede tomarse desde una planificación bien informada y con visión de largo plazo.
Planificación climática: del enfoque reactivo al enfoque estratégico
Muchas veces, las respuestas ante el cambio climático son reactivas, es decir, se actúa después del daño: tras la pérdida de una cosecha, la muerte del ganado o la destrucción de una infraestructura. Este enfoque tiene altos costos humanos, económicos y ecológicos.
Por el contrario, una planificación estratégica permite anticiparse, reducir riesgos, mejorar la resiliencia y aprovechar nuevas oportunidades. Esto se traduce en:
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Planes prediales o comunitarios con enfoque agroclimático.
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Mapas de riesgo y vulnerabilidad.
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Sistemas de alerta temprana y monitoreo climático.
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Planes de inversión territorial adaptados al cambio climático.
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Estrategias de formación y educación orientadas a la gestión del riesgo.
Además, una buena planificación debe ser flexible y dinámica, ajustándose a los cambios constantes que impone el clima, y debe ser participativa, incorporando la experiencia local de los productores y comunidades rurales.
Planificar para sobrevivir y transformar
En el contexto del cambio climático, la planificación ya no es una opción, sino una herramienta de supervivencia y transformación. Las condiciones que hacían viable la improvisación o la repetición de prácticas pasadas han desaparecido. Hoy, la diferencia entre quienes resisten y quienes colapsan ante los impactos climáticos está, en buena medida, en su capacidad para planificar con visión, criterio y adaptabilidad.
Y en ese proceso, el uso de principios como el Teorema de Pareto permite ser estratégicos: enfocarse en lo que realmente importa, priorizar lo que más impacto tiene, y diseñar acciones que multipliquen beneficios en vez de dispersar esfuerzos.
El cambio climático exige inteligencia colectiva, previsión y liderazgo. Y todo eso comienza con una buena planificación.
Por: Ing. Agr. Ricardo Castillo López
MSc. Dr.
universidadagricola.com