ASPECTOS TEÓRICOS RELACIONADOS CON UN SISTEMA DE ALERTAS TEMPRANAS BASADO EN EL ENFOQUE DE GESTIÓN DE RIESGOS

Por: Ing. Agr. Ricardo Castillo López, Dr.

Este artículo ha sido estructurado en dos secciones. En la primera de ellas, se analiza el enfoque de gestión de riesgos, pues se pretende dejar claro que el proceso que debe seguirse para que un sistema de alertas tempranas funcione de manera adecuada, debe considerar todas las etapas del proceso administrativo, es decir: planificación, organización, ejecución y control.

Posteriormente, se revisan los elementos teóricos relacionados con los sistemas de alertas tempranas. En esa sección, se parte de que la conceptualización de los sistemas de alertas tempranas ha evolucionado con el desarrollo tecnológico y, hoy en día, estos sistemas deben orientarse, fundamentalmente, hacia la generación de respuestas anticipadas por parte de los productores, más que al propio proceso de monitoreo y pronóstico que, aunque imprescindible, no constituye la razón de ser de los mismos.

A la revisión del primero de esos aspectos, procederemos a continuación.

  1. EL ENFOQUE DE GESTIÓN DE RIESGOS

En los últimos años, se ha utilizado el enfoque de gestión para abordar los riesgos desde la perspectiva administrativa, la cual inicia con un proceso de planificación y finaliza con un proceso de control.

El abordaje de los riesgos, desde esta perspectiva, se inicia determinando y evaluando cuáles son los factores que pudieran convertirse en una amenaza, además de la forma en que los efectos de esos factores podrían ser evitados, reducidos o mitigados.

A partir de ese conocimiento del riesgo, se planifican, a través de protocolos de actuación, las respuestas esperadas de los potenciales afectados, con el fin de evitar esos daños, mitigarlos o responder ante la ocurrencia de los mismos. Una vez que el fenómeno ocurre, se realiza entonces el control, es decir, la comparación entre las respuestas planificadas y las respuestas realmente ejecutadas.

Al analizar esas desviaciones entre planificación y ejecución, se pueden visualizar las razones por las cuales las mismas han ocurrido, y, a través de un proceso de replanificación, se mejoren esos protocolos de respuesta, actualizando la “base del conocimiento”.

Basándose en esta premisa, se define la gestión del riesgo como un proceso de planificación, organización, ejecución y control, dirigido a la comprensión y manejo de cuatro áreas claves: 1) el análisis de riesgos; 2) la reducción de los mismos; 3) el manejo de eventos adversos, y, 4) la recuperación, luego de que éstos han ocurrido.

La primera de estas áreas, el análisis de riesgos, está orientada a determinar tres aspectos que son claves para los fines de este trabajo: 1) los factores que pudieran convertirse en una amenaza; 2) la probabilidad de que esa amenaza ocurra, y 3) la magnitud de sus posibles consecuencias.  Y se hace hincapié en este proceso, porque al realizar el análisis de riesgos, deben llevarse a cabo un conjunto de actividades, entre las que se encuentran: la identificación de la amenaza, la determinación del grado de exposición y vulnerabilidad de la población potencialmente afectada, y, la identificación de las medidas y recursos disponibles para mitigar los efectos adversos de las amenazas; aspectos que, como se verá en el diagnóstico realizado, se encuentra soslayado en muchos paises.

Saltarse este paso del enfoque de gestión de riesgos, implica intentar atacar un problema sin conocerlo lo suficiente: Identificar las amenazas y conocer la exposición y la vulnerabilidad de la población, son elementos sin los cuales difícilmente se pueden ejecutar acciones adecuadas y oportunas de prevención, reducción, mitigación y/o recuperación ante eventos adversos.

La segunda de las áreas del enfoque de gestión de riesgos, conocida como reducción de riegos, comprende las actividades dirigidas a eliminar o reducir los riesgos, en un esfuerzo claro y explícito por evitar la ocurrencia de desastres. Dentro de esta área, se pueden distinguir dos componentes: La prevención, entendida como el conjunto de acciones cuyo objeto es impedir o evitar que sucesos (naturales o generados por la actividad humana), causen eventos adversos, y, la mitigación, definida como una intervención dirigida a reducir el efecto de los riesgos. Puede entenderse, en esta parte, que sin un adecuado conocimiento de los factores determinantes de los riesgos y de la vulnerabilidad de la población potencialmente afectada, resultaría difícil abordar acciones de esta segunda área del enfoque de gestión de riesgos.

La tercera de las áreas de este enfoque, conocida como manejo de eventos adversos, se encarga de analizar los escenarios a través de los cuales se pueden enfrentar los impactos de los eventos, abarcando la ejecución de aquellas acciones necesarias para una oportuna respuesta. Debe quedar claro que esta área no pretende evitar los riesgos. Se trata de enfrentarlo, mediante acciones adecuadas. Reconociendo, por supuesto, que a pesar de que el evento adverso va a ocurrir, sí se pueden disminuir sus efectos si se dan algunas de las siguientes condiciones: 1) Que la población pueda estar informada con suficiente antelación de la ocurrencia del evento, y, 2) que la población se encuentre preparada para actuar, con el fin de reducir el impacto del mismo.

De allí, que esta tercera área del enfoque de gestión de riesgos contempla tres componentes: 1) La preparación para el desastre, entendida como el conjunto de medidas y acciones para reducir al mínimo las pérdidas, organizando oportuna y eficazmente la respuesta y la rehabilitación; 2) la alerta, entendida como un estado declarado con el fin de tomar precauciones específicas, y, 3) la respuesta, definida como las acciones llevadas a cabo ante un evento adverso, cuyo objetivo es salvar vidas, reducir el sufrimiento y/o disminuir las pérdidas.

Por último, el área de recuperación, entendida como aquella en la que se inicia el proceso de restablecimiento de las condiciones normales de vida de una comunidad afectada por un desastre.  La misma abarca dos grandes aspectos.  El primero de ellos, tendiente a restablecer, en el corto plazo y en forma transitoria, los servicios básicos indispensables. El segundo aspecto, avanza hacia una solución permanente y de largo plazo, donde se buscan restituir las condiciones normales de vida de la comunidad afectada.

Dentro del enfoque de gestión de riesgos, los sistemas de alertas tempranas se encuentran inmersos en el área de manejo de eventos adversos y comprende la fase de preparación para el desastre (una fase de planificación y que se corresponde con el componente Conocimiento del Riesgo de los sistemas de alertas tempranas); una fase de alerta, cónsono con el componente de Difusión y Comunicación de alertas de estos sistemas, y, una fase de respuesta, que se corresponde con el componente Preparación para la Respuesta de estos sistemas.

La forma específica en la que debe hacerse uso del enfoque de gestión de riesgos en la implementación de los sistemas de alertas tempranas, es explicada en la sección siguiente.

  1. LOS SISTEMAS DE ALERTAS TEMPRANAS

Los sistemas de alertas tempranas son definidos como “el conjunto de capacidades necesarias para generar y difundir información de alertas que sea oportuna y significativa, con el fin de permitir que las personas, las comunidades y las organizaciones amenazadas por un evento pronosticado, se preparen y actúen de forma apropiada y con suficiente tiempo de anticipación para reducir la posibilidad de que se produzcan pérdidas o daños”.

Una definición adicional que resulta muy útil para los fines de este trabajo, pues es cónsona con el enfoque de gestión de riesgos, plantea que un sistema de alertas tempranas, consiste en la transmisión rápida de datos, cuya finalidad es activar los mecanismos de alarma en una población previamente organizada y capacitada para reaccionar, permitiendo a las personas expuestas a la amenaza, tomar acciones para reducir el riesgo y prepararse para una respuesta efectiva.

En esta última definición, se resalta que los sistemas de alertas tempranas están orientados a tomar acciones para una respuesta efectiva, por lo que la fase de monitoreo y pronóstico debe ser visualizada como un medio, más que como el fin de estos sistemas.

Por otra parte, esa definición hace referencia al hecho de que las alertas están dirigidas a una población capacitada para reaccionar, por lo que la fase de planificación debe ser previa a la emisión misma de la alerta. En esa fase, precisamente, se evalúan los riesgos y, a partir de allí, se elaboran los protocolos de acción correspondiente. Dentro de la misma, también corresponde empoderar a la población para la implementación de esas respuestas.

Por último, se deja claro en esa definición, que son las propias personas expuestas a la amenaza, quienes deben liderizar el proceso de respuesta, más que instituciones u organizaciones ajenas a la comunidad. Comprender ese último elemento, es esencial para el logro de la sostenibilidad de estos sistemas.

En otro orden de ideas debe señalarse que los sistemas de alerta temprana pueden ser clasificados dependiendo de su grado de evolución, de acuerdo al siguiente esquema:

  1. Los sistemas pre-científicos, que se basan en observaciones de fenómenos simples como la forma de las nubes; la caída de lluvias en un momento especifico del año (como las llamadas cabañuelas en Venezuela, por ejemplo); el estado del océano, o, la visibilidad de las estrellas y, en base a esas observaciones, se pronostica la ocurrencia de eventos;
  2. Los sistemas de alertas tempranas ad hoc, que son sistemas de alertas desarrollados por iniciativa de científicos o personas interesadas en el tema del riesgo;
  3. Los sistemas de alertas tempranas centrados en los servicios meteorológicos, que se orientan hacia la entrega organizada, lineal y unidireccional de los productos de información meteorológica a los usuarios, por parte de los expertos, y,
  4. Los sistemas de alertas tempranas integrales, que vinculan todos los elementos necesarios para la advertencia temprana y la respuesta eficaz, e incluye el papel del elemento humano del sistema, enfocándose en el enfoque de gestión de riesgos.

Esos sistemas de alerta temprana integrales, centrados en la gente y orientados hacia la respuesta, contemplan cuatro componentes para su correcto funcionamiento:

  1. El Componente Conocimiento de Riesgos, que se encarga de comprender los riesgos, evaluándolos mediante la recolección de datos, con el fin de poder establecer las medidas de mitigación y prevención, esto es, los protocolos de respuesta ante la ocurrencia de eventos;
  2. El Componente de Monitoreo, Pronóstico y Generación de alertas, que se encarga de medir las variables relevantes, realizar los pronósticos respectivos y determinar los niveles de alerta correspondientes;
  3. El Componente Difusión y Comunicación, cuyo objetivo es la transmisión de la información sobre las alertas tempranas a la población potencialmente afectada, a través de un mensaje oportuno, claro, comprensible, en el que se visualicen la fecha de inicio y finalización del evento, difundido por medio de canales que aseguren que la población potencialmente afectada lo reciba, y,
  4. El Componente Preparación para la Respuesta, que se encarga de las actividades relacionadas con la implementación de los protocolos de respuesta por parte de la población en situación de riesgo, así como de la retroalimentación a lo largo de todo el sistema.

Es importante aclarar que, al tratarse de un sistema, una falla en cualquiera de estos componentes, puede dar como resultado, que la eficacia de todo el sistema se comprometa.

Un aspecto clave en el diseño e implementación de un sistema de alertas tempranas es que, para lograr la sostenibilidad operativa a largo plazo de los mismos, se requiere un compromiso de los actores, el cual depende, en gran medida, de la concientización pública, de la participación conjunta y de la apreciación de los beneficios de ese sistema.

No podemos cerrar esta parte, sin hacer referencia a que hoy en día se reconocen dos tipos de sistemas de alertas tempranas, de acuerdo a su grado de centralización: Aquellos generalmente operados por los servicios hidrometeorológicos nacionales, conocidos como sistemas de alertas centralizados, y, aquellos operados por las comunidades, conocidos como sistemas de alertas locales o comunitarios.

Los sistemas de alertas centralizados, se caracterizan por utilizar tecnología de vanguardia en lo que se refiere a la observación, monitoreo y pronóstico de las variables meteorológicas. Generalmente, la observación y monitoreo se basa en redes telemétricas de estaciones meteorológicas y de sensores que miden el nivel de los cuerpos de agua.

Los sistemas de alertas comunitarios o locales, por su parte, son sistemas que se caracterizan por el uso de equipos e instrumentos de bajo costo y de fácil manejo, operados por miembros de las comunidades, tanto en los componentes de observación y monitoreo de las variables relevantes, como en la comunicación de las alertas. Estos sistemas están basados, en la mayoría de los casos, en la participación activa de voluntarios de las propias comunidades en riesgo.

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