En el contexto de la gestión del riesgo, es común hablar de la “capacidad de respuesta” como un factor clave para enfrentar situaciones de emergencia. Sin embargo, ¿es esta capacidad suficiente por sí sola para prepararse ante un evento adverso? La respuesta es no. Aunque la capacidad de respuesta es fundamental, debe ir acompañada de un proceso de preparación previo, una planificación adecuada y una estructura de gobernanza sólida para ser verdaderamente efectiva.
¿Qué es un evento adverso?
Un evento adverso es cualquier fenómeno que puede causar daños o afectar negativamente a una comunidad, sus medios de vida o al entorno. En el ámbito agrícola y rural, estos eventos pueden ser:
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Fenómenos climáticos extremos como sequías, lluvias intensas, heladas o granizo.
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Plagas y enfermedades que afectan los cultivos o al ganado.
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Deslizamientos de tierra o inundaciones que destruyen caminos, tierras de cultivo o infraestructura.
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Crisis económicas o interrupciones en las cadenas de suministro.
Lo que convierte a estos eventos en desastres no es solo su intensidad, sino la vulnerabilidad y preparación de la población para enfrentarlos.
La fase de preparación: clave en la gestión del riesgo
La fase de preparación es uno de los pilares de la gestión del riesgo y consiste en todas las acciones que se realizan antes de que ocurra un evento adverso para reducir sus impactos. Esto incluye:
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Capacitación y educación comunitaria.
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Simulacros y planes de evacuación.
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Sistemas de alerta temprana adaptados al territorio.
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Protección de cultivos, reservas de semillas y planificación de cosechas.
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Organización comunitaria para la toma de decisiones.
Prepararse no significa esperar que algo ocurra, sino anticiparse de forma proactiva, con base en el conocimiento del entorno, la historia local y los posibles riesgos.
¿Qué determina la capacidad de respuesta de una población rural?
La capacidad de respuesta se refiere a la habilidad que tiene una comunidad para reaccionar adecuadamente cuando ocurre un evento adverso. En zonas rurales, esta capacidad depende de varios factores, entre ellos:
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Acceso a recursos: agua, herramientas, transporte, alimentos, reservas financieras, etc.
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Infraestructura básica: caminos transitables, centros de acopio, sistemas de riego o almacenamiento.
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Nivel de organización comunitaria: redes de cooperación, asociaciones de productores, comités de emergencia.
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Acceso a la información: conocimiento del riesgo, alertas tempranas, educación en gestión de desastres.
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Salud y movilidad de la población: poblaciones envejecidas o con dificultades de desplazamiento tienen mayores limitaciones.
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Diversificación de medios de vida: cuando las familias dependen de una sola fuente (por ejemplo, un solo cultivo), son más vulnerables a los impactos.
Una población con alta capacidad de respuesta puede actuar rápidamente para protegerse, pero si no hay preparación previa, esa reacción puede ser desorganizada o insuficiente.
Gobernanza: un factor clave para una respuesta efectiva
La gobernanza se refiere a cómo se toman las decisiones, cómo se organizan los actores y cómo se implementan las acciones públicas. En el medio agrícola, la buena gobernanza es esencial para asegurar que la respuesta ante eventos adversos sea coordinada, equitativa y efectiva.
Una gobernanza adecuada implica:
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Políticas públicas claras y aplicables a contextos rurales.
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Coordinación entre instituciones del gobierno, organizaciones locales y productores.
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Participación activa de las comunidades en la planificación del riesgo.
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Transparencia en el uso de recursos y en la asignación de ayuda.
Cuando hay gobernanza débil, la respuesta puede ser tardía, centralizada en zonas urbanas o mal adaptada a la realidad del campo. En cambio, una gobernanza participativa y descentralizada permite que las soluciones sean más eficaces y sostenibles.
Por: Ing. Agr. Ricardo Castillo López
MSc. Dr.
universidadagricola.com