La gobernanza del cambio climático es uno de los grandes desafíos del siglo XXI. Frente a un problema global con impactos locales, múltiples actores —Estados, empresas, organizaciones no gubernamentales, comunidades y ciudadanos— deben coordinar acciones, compartir responsabilidades y adaptarse a entornos cada vez más inciertos.
Para entender cómo se organiza esta compleja red de relaciones, es útil aplicar el enfoque de Oliver Williamson, premio Nobel de Economía, quien desarrolló una teoría sobre la gobernanza de las transacciones económicas que puede adaptarse muy bien a los problemas de gobernanza climática.
¿Qué es la gobernanza climática?
La gobernanza climática se refiere a los arreglos institucionales, normativos y organizativos mediante los cuales diferentes actores toman decisiones, asignan recursos y establecen responsabilidades para mitigar el cambio climático y adaptarse a sus efectos. No se trata solo de gobiernos dictando políticas, sino de un entramado en el que intervienen empresas, comunidades, ONGs y organismos internacionales. Esta gobernanza ocurre a diferentes niveles (local, nacional, internacional) y adopta múltiples formas.
Las categorías de Williamson aplicadas al clima
Oliver Williamson desarrolló un marco para analizar cómo se estructuran las relaciones entre actores cuando existen costos de transacción, es decir, cuando hacer acuerdos, coordinar acciones y resolver conflictos genera costos en tiempo, recursos o confianza. Este enfoque se centra en tres grandes formas de gobernanza: mercado, jerarquía y formas híbridas.
1. El mercado
Es la forma más “pura” de gobernanza, basada en contratos entre partes independientes. En el contexto climático, esto se ve en mecanismos como:
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Mercados de carbono, donde los países o empresas compran y venden derechos de emisión.
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Contratos privados entre empresas para desarrollar tecnologías verdes o compensar huellas de carbono.
El problema es que el mercado por sí solo no resuelve las fallas estructurales del cambio climático, como las externalidades o la desigual distribución de los impactos. Además, los costos de transacción —negociar, monitorear y hacer cumplir acuerdos— pueden ser altos y desincentivar la cooperación.
2. La jerarquía
Aquí, las decisiones y acciones se organizan de manera vertical, bajo una autoridad central. En el ámbito climático, esto se refleja en:
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Políticas públicas nacionales de adaptación o mitigación.
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Programas gubernamentales de subsidios o restricciones a ciertas prácticas (por ejemplo, uso de agroquímicos, deforestación).
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Planes de emergencia ante eventos extremos (sequías, inundaciones).
La jerarquía puede ser eficaz para implementar normas claras y obligatorias, pero a menudo es rígida, lenta para adaptarse y poco sensible a las particularidades locales, lo que puede generar resistencia en las comunidades o falta de apropiación.
3. Formas híbridas
Entre el mercado y la jerarquía se encuentran las formas híbridas de gobernanza, como alianzas público-privadas, comités comunitarios, redes de cooperación o acuerdos voluntarios. Estas formas son especialmente relevantes en la gobernanza climática rural o agrícola, donde los actores locales deben coordinar con instituciones externas para manejar riesgos compartidos, como la sequía o las plagas.
Por ejemplo:
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Sistemas de alerta temprana co-gestionados por técnicos del Estado y organizaciones campesinas.
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Planes de adaptación comunitaria elaborados participativamente.
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Redes de intercambio de semillas resilientes al clima, sostenidas por acuerdos de confianza y reciprocidad.
Las formas híbridas, según Williamson, permiten reducir los costos de transacción en contextos donde hay incertidumbre, necesidad de adaptación y relaciones continuas entre actores, como ocurre con el cambio climático.
La gobernanza climática como construcción institucional adaptativa
Desde la perspectiva de Williamson, la gobernanza climática no es una estructura única, sino una elección organizacional que busca minimizar los costos de transacción en un entorno incierto y cambiante. Esto significa que:
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No hay una sola “solución institucional”.
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La gobernanza debe adaptarse al contexto, combinando jerarquía, mercado y cooperación.
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Las relaciones de largo plazo, la confianza y la capacidad de resolver conflictos son claves para sostener las formas híbridas.
En zonas rurales, donde los impactos climáticos son directos pero los recursos institucionales son limitados, las formas híbridas ofrecen soluciones flexibles, pero requieren una inversión en gobernanza: construir reglas claras, generar capacidades locales, asegurar mecanismos de seguimiento y, sobre todo, promover la participación activa de los actores involucrados.
A Manera de Conclusión
El enfoque de Oliver Williamson nos enseña que la gobernanza climática no debe entenderse solo como la aplicación de políticas o la intervención de mercados, sino como una arquitectura institucional que busca organizar la acción colectiva en un mundo de riesgos compartidos y recursos distribuidos de forma desigual. Incorporar esta mirada permite diseñar arreglos de gobernanza más eficientes, inclusivos y sostenibles, especialmente en los territorios donde la adaptación al cambio climático es una cuestión de supervivencia.
Por: Ing. Agr. Ricardo Castillo López
MSc. Dr.
universidadagricola.com