Frente al avance del cambio climático y sus crecientes impactos sobre los sistemas económicos, sociales y ecológicos, se ha hecho habitual hablar de “cuantificar” sus efectos. Informes sobre pérdidas económicas, estimaciones de emisiones, cuentas satélite ambientales y evaluaciones de daños forman parte del repertorio técnico para abordar el problema. Sin embargo, esta aproximación basada exclusivamente en cifras es insuficiente.
El cambio climático no es solo un fenómeno físico que genera costos: es un problema de decisiones colectivas, de reglas del juego, de instituciones. Por ello, los marcos teóricos de la economía tradicional —centrados en la maximización individual y en mercados ideales— no alcanzan para comprender la complejidad del fenómeno.
En cambio, la economía neoinstitucional ofrece herramientas conceptuales más robustas para analizar cómo se toman decisiones bajo incertidumbre, conflicto y estructuras institucionales imperfectas.
Las limitaciones de la contabilidad ambiental y los cálculos económicos
Durante las últimas décadas, han proliferado los esfuerzos por internalizar los costos ambientales en las cuentas nacionales y corporativas. Se habla de “precios del carbono”, “valor del capital natural” o “costos económicos del cambio climático”. Estos ejercicios tienen valor técnico y político, pero enfrentan límites importantes:
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No capturan adecuadamente los efectos sociales y distributivos de los impactos climáticos.
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Suelen ignorar el papel de las instituciones en la definición de incentivos y restricciones.
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Suponen un contexto de racionalidad perfecta, que no se corresponde con la realidad de las decisiones públicas y privadas frente al riesgo climático.
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A menudo, invisibilizan los conflictos, las asimetrías de poder y las barreras culturales que impiden actuar, incluso cuando los números parecen claros.
Es decir, saber cuánto cuesta un desastre o cuánto valdría evitarlo no garantiza que se tomen decisiones racionales para prevenirlo. En cambio, se requieren marcos que expliquen por qué, cómo y bajo qué reglas se decide actuar o no.
¿Qué aporta la economía neoinstitucional?
La economía neoinstitucional, con autores como Douglass North, Elinor Ostrom y Oliver Williamson, parte de una premisa simple pero poderosa: las instituciones importan. Las normas formales (leyes, políticas, contratos) y las informales (valores, cultura, confianza) condicionan las decisiones económicas. Y, por tanto, también condicionan la forma en que una sociedad enfrenta los desafíos del cambio climático.
Este enfoque permite:
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Analizar los costos de transacción: Es decir, los costos de coordinar, negociar, monitorear y hacer cumplir acuerdos en contextos de incertidumbre y múltiples actores. En el clima, estos costos tienden a elevarse, afectando la implementación de soluciones colectivas.
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Comprender el oportunismo y los incentivos desalineados: Por qué algunos actores bloquean políticas climáticas o se benefician del statu quo, aunque el cambio sea necesario.
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Estudiar las formas de gobernanza híbrida: No todo se resuelve en el mercado ni en el Estado. Las redes público-privadas, los acuerdos cooperativos y las instituciones comunitarias juegan un rol esencial en la adaptación al cambio climático.
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Reconocer las limitaciones cognitivas y culturales: Las decisiones no son siempre racionales ni informadas. La percepción del riesgo, la confianza en las autoridades o la experiencia previa son claves para entender la (in)acción.
Aplicaciones prácticas en la gestión del cambio climático
Veamos algunos ejemplos concretos donde la economía neoinstitucional marca la diferencia:
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Diseño de seguros agroclimáticos
No basta con calcular primas o riesgos. Hay que entender los niveles de confianza entre productores e instituciones, los mecanismos de monitoreo y los incentivos para evitar el oportunismo. -
Planes de adaptación local
El problema no es solo técnico. Es institucional: ¿Quién decide? ¿Con qué recursos? ¿Qué normas lo permiten? ¿Qué actores quedan excluidos? La economía neoinstitucional ofrece marcos para analizar esta arquitectura. -
Mercados de carbono o instrumentos financieros verdes
Las fallas no son solo de precios, sino de gobernanza: ¿Cómo se controla el cumplimiento? ¿Quién monitorea las emisiones? ¿Qué ocurre si hay captura institucional por parte de actores con poder?
A Manera de Conclusión: hacia una economía del clima más institucional y menos mecanicista
Frente a la urgencia climática, no es suficiente con sumar números ni multiplicar escenarios. Lo crucial es entender cómo se toman las decisiones reales, en contextos reales, con reglas reales. La economía neoinstitucional permite reconocer que el cambio climático es, en gran medida, un problema de coordinación, confianza, gobernanza y reglas del juego.
Por eso, quienes diseñan políticas climáticas, analizan riesgos o formulan estrategias de adaptación deben ir más allá de los marcos convencionales. Deben comprender cómo interactúan los actores, cómo se construyen (o destruyen) las instituciones y cómo se gestiona el conflicto en escenarios de alta incertidumbre. Solo así podremos construir soluciones que no solo se vean bien en el papel, sino que funcionen en la práctica.
Por: Ing. RIcardo Castillo López
MSc. Dr.
universidadagricola.com