La orquídea (‘cattleya trianae’)

Aunque no hay ningún decreto o ley que la haya escogido como la flor nacional, culturalmente así ha sido aceptada. Sin embargo, está en peligro de extinción.

Por Guillermo Angulo*

Maurice Maeterlinck escribió un sorprendente libro titulado La inteligencia de las flores, en el que dice: “En las orquídeas encontramos las manifestaciones más perfectas y más armoniosas de la inteligencia vegetal. En esas flores, atormentadas y extrañas, el genio de la planta alcanza sus puntos extremos, y viene a penetrar, con una llama insólita, la pared que separa los reinos”. Tal vez refiriéndose a ciertas orquídeas que toman la apariencia de insectos, e inclusive exhalan su olor sexual, con el fin de atraer a un polinizador.

Porque toda la belleza de las flores –y esto es más evidente en las orquídeas– tiene un solo fin: atraer a un polinizador, para poder reproducirse. Así pues que las Cattleya están muy bien emparentadas literariamente: Proust, en su libro En búsqueda del tiempo perdido, la usa como intermediaria para que un romance cristalice y la metáfora “hacer Cattleya” acabó significando, para Odette y Swan, “la posesión física”.

El más prestigioso jardín botánico del mundo, Kew Gardens, asegura que Colombia tiene la más grande reserva de orquídeas del mundo, y tres japoneses, Hiroshi Okada, Tetsuya Hirota y Masato Wanaka, en su libro Cattleya Species dicen: “La Cattleya trianae se encuentra en las montañas de los Andes colombianos, entre 600 y 1.500 metros sobre el nivel del mar. Su elegancia, gracia y belleza no tienen rival entre las especies de cattleyas. Es comprensible que ésta sea la flor nacional de Colombia. Sin embargo, debido a la destrucción de su hábitat natural y a su indiscriminada recolección, fue puesta en la lista de las especies en vía de extinción por la convención de Washington y, por lo tanto, su comercio internacional está prohibido”. Pero, a decir verdad, en Colombia todas las orquídeas están en vía de extinción: los narcotraficantes rapan el monte para sembrar marihuana, coca o amapola. Luego, el gobierno, con dinero de Estados Unidos y la bendición del Ministerio del Medio Ambiente, asperja estos cultivos y sus alrededores –incluidas a personas– con glifosato, acabando de paso con los polinizadores, sin los cuales las orquídeas no se pueden reproducir.

Para la mayoría de la gente, la palabra Cattleya es sinónimo de orquídea, como si no hubiera muchas más, y a las otras las llaman parásitas, lo que es una calumnia, ya que ninguna lo es. En realidad, las catleyas crecen por lo general en las ramas de los árboles y por eso son epífitas. O sea, plantas que viven sobre otras plantas, pero sin alimentarse de ellas.

El nombre genérico científico de Cattleya le viene de William Cattley, un rico cultivador inglés que había recibido casualmente unos seudobulbos de una orquídea brasileña. Los sembró y, luego de un par de años de espera, la planta floreció. La llevó a John Lindley, considerado “el padre de la orquideología moderna”, quien le dijo: “Es una orquídea y no ha sido clasificada. Llevará el nombre especifico de Cattleya, en honor suyo”.

Carl L. Withner, uno de los grandes expertos en orquídeas del mundo, cuenta la historia de cómo se bautizó nuestra flor: “Reichenbach recibió una planta de Linden y la llamó Cattleya trianae, en 1860, honrando al doctor Triana, un botánico ciudadano de Bogotá (sic) Colombia”.

Aunque no hay ningún decreto o ley que haya escogido la Cattleya como nuestra flor nacional (al contrario de la bandera y del himno), el padre Pérez Arbeláez, fundador del Jardín Botánico José Celestino Mutis, publicó en 1939 un artículo titulado La flor nacional, y en él manifestaba su opinión “en el sentido de reemplazar la Cattleya trianae por la Cattleya aurea, en razón de ser esta última más vistosa”. Estoy de acuerdo con el padre Pérez, ya que para mi gusto, la aurea es más bella aun, y deliciosamente fragante. Al padre lo derrotaron alegando que esa orquídea se encontraba también en Costa Rica y Panamá y, para acabar de convencerlo, le recordaron que la flor estaba dedicada a un colega suyo, botánico de profesión. Y él aceptó. Pero en verdad hay otras flores –muy bellas y muy colombianas– como el anturio (Anthurium andreanum) y el amarrabollos (Meriania nobilis), que podrían aspirar con buenos títulos a ser nuestra flor insignia; pero la Cattleya trianae llena muchas condiciones, además de su delicada belleza. No existe designación oficial de flor emblemática, pero no hace falta, ya que de hecho figura desde años como tal, y ha sido aceptada de manera universal. Pero, con ley o sin ella, la Cattleya trianae es y seguirá siendo nuestra flor emblemática nacional. Aunque a veces, como ciertos maridos infieles, les demos miradas de admiración a otras flores.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.