Un símbolo del nivel de vida de una persona o familia, es en estos días y sin lugar a dudas, el automóvil que se posee. Este se ha convertido, en una especie de Dios con cuatro ruedas, un dios que a la larga va poniendo a quienes profesan su religión, a su servicio. Y a seguidores y detractores a padecer de su devastadora ira contaminante, depredadora y letal.
Muchos trabajan mas y mas sólo para pagar los gastos del automóvil, otros por sus actividades, se pasan gran parte del día en él.
Los accidentes de tránsito matan o hieren en forma directa cada año a más personas que cualquier enfermedad terminal y eso sin contar la degradación del planeta que se efectúa diariamente, como una ofrenda necesaria para mantener contenta a esta deidad, y que lo multiplica hasta el infinito como causal de mortandad y padecimientos en nuestra salud.
Constante e ininterrumpidamente se construyen en todo el planeta kilómetros y mas kilómetros de rutas y autopistas, que no solamente producen los negativos efectos ambientales de cualquier obra de gran magnitud, sino que muchas veces actúan como barrera, cortando corredores naturales de gran cantidad de especies con sus correspondientes consecuencias nocivas.
Se ha emprendido, desde hace algunos años, una guerra contra el tabaco, tanto que sus publicidades están obligadas a advertir sobre la nocividad de fumar. Pero ningún anuncio de automóviles advierte sobre el monóxido de carbono que produce el uso de los coches.
“La gente no puede fumar. Los autos, sí.” Dice Galeano.
Con todo esto no estamos diciendo que todos deberíamos salir corriendo mañana a vender el auto o dejar de utilizarlo. Solamente reflexionamos sobre una parte de nuestra cultura que está generando graves problemas al Planeta y que necesariamente tendrá que modificarse para que la vida en la Tierra siga siendo posible.
Las sociedades modernas están diseñadas de tal forma que convierten al automóvil en algo indispensable, y esto en gran parte es digitado desde las tres grandes industrias que tienen competencia en este tan lucrativo culto, la del petróleo, la del caucho y las propias automotrices.
Sin embargo, sí decimos que se deben buscar alternativas al automóvil. Mejorando y alentando el uso del transporte público, fundamentalmente los trenes, tranvías y subterráneos y aumentando la cantidad de ciclovías y de sendas peatonales en las ciudades.
Pero muy especialmente fomentando un cambio de fondo en la estructura de nuestras sociedades que nos permita reducir drásticamente la necesidad de desplazarnos decenas de kilómetros cada día para cumplir con nuestras actividades cotidianas.
Así el automóvil irá siendo cada vez menos necesario y todos nosotros gozaremos de una mayor calidad de vida.
Ricardo Natalichio,
Director
www.EcoPortal.net
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